Hunter S. Thompson

Hunter S. Thompson, el periodismo como guerrilla

La reedición de “Antigua sabiduría gonzo”, una recopilación de entrevistas entre 1967 y 2005, trae de vuelta a este imborrable periodista que, mostrando una vida al límite y donde era protagonista, creó una escritura viva y callejera que hizo reconocida a la revista Rolling Stone y lo transformó en leyenda del periodismo.


Decía Hunter S. Thompson que nunca entendió muy bien su aversión a la autoridad, aunque lo sospechaba. Cuando nació, su padre Jack era un veterano de la Primera Guerra Mundial y partidario de una disciplina severa. Pero tenía 54 años y pocas energías. Su madre, en cambio, le transmitió algunas de sus pasiones: los libros de Mark Twain y Jack London.

Esa libertad hizo que Thompson en su adolescencia desarrollara un gusto por la adrenalina: provocaba verbalmente a sus compañeros para iniciar peleas, destrozaba los buzones de sus vecinos y cultivaba un humor negro que ahuyentaba hasta los adultos. “Me interesaba vivir una vida emocionante antes que una de aburrida autocomplacencia”, dijo.

Creador de los libros “Miedo y asco en las Vegas”, sobre un viaje por la carretera con un cargamento de drogas –inicialmente publicado en semanas sucesivas en la revista Roling Stone- y “Los Angeles del Infierno”, que retrataba la vida de los motociclistas más violentos de los 60 en la revista The Nation, Hunter S. Thompson está de regreso. Se reedita “Antigua sabiduría gonzo”, una recopilación con entrevistas concedidas entre 1967 y 2005.

Thompson revolucionó, a mediados de los 60, el periodismo estadounidense. A diferencia de Tom Wolfe, otro crack del nuevo periodismo y siempre prudente, era virulento y buscaba la polémica. En sus textos, él era protagonista y no le interesaba la información clásica. Sus métodos de escritura eran vivos, enérgicos. Para conocer a los Angeles del Infierno, por ejemplo, los invitaba a su casa a consumir litros de cerveza y bencedrina. “Mi esposa era muy guapa y muy vulnerable cuando los Angeles venían. Pero, en general, las cosas iban bien. Aunque estaba consciente de que podían ir a la casa de al lado y matar a alguien. A mí me golpearon entre varios cuando regañé a uno que le pegó un cachetazo a su novia”, cuenta.

Kinshasa y el verdadero reportero

En junio de 1956, poco antes de graduarse, Thompson y dos amigos del colegio fueron arrestados por acosar violentamente a una pareja que estaba en su coche y a la que le habían pedido cigarrillos. Lo condenaron a una pena de seis meses de cárcel y se enroló en un curso de electrónica en una base aérea de Illinois. Al terminar, fue trasladado a una base en Florida, donde se las arregló para conseguir un trabajo como editor deportivo del Command Courier, el periódico de la base. Sintió que por primera vez realizaba algo estimulante y le escribió a su hermana que, por fin, “me siento cómodo, haciendo lo que me gusta, lo que me da libertad”.

Para Thompson un verdadero periodista debe llevar consigo un par de cosas fundamentales: una grabadora, bolsas de marihuana, pastillas de mescalina, un salero con cocaína y algo de ácido. “Así logras chillar, subir, bajar y reír”.

Cuando fue enviado por Rolling Stone a cubrir la pelea entre Ali versus Foreman en Kinshasa, Zaire, en 1974, hizo cualquier cosa menos interesarse en el combate. No aparecía en las sesiones de entrenamiento de los púgiles ni tampoco en las conferencias de prensa. Y, de paso, menospreciaba a los periodistas que no perdían pisada a los deportistas. “Están ciegos, se mueven como corderos detrás de una misma información. La gente quiere saber otras cosas, quiere conocer experiencias”, repetía.

Precisamente, esa era su mayor virtud y el motivo que arrastraba un fanatismo por sus textos. Thompson hablaba de lo que le sucedía durante sus investigaciones periodísticas, con palabras propias –de ahí viene la terminología gonzo– y creaba una historia única, que describía al verdadero estadounidense. Su éxito literario hizo que lo invitaran constantemente a dar charlas a universidades. Muchas veces, con exceso de alcohol en el cuerpo. “En la Universidad de Duke me esperaba un auditorio grande, pero todo terminó mal porque me presenté muy borracho. Un representante de la universidad me fue a buscar al aeropuerto y me ofreció hachís y había tomado mucho Wild Turkey. Cuando salí, después de hacerlos esperar más de 45 minutos, noté un ambiente beligerante y lo amplifiqué más diciéndoles ‘estoy encantado de estar aquí, en la antigua universidad de Richard Nixon’. Alguien me preguntó después por Terry Sanford, si se presentaría a las presidenciales de 1976 y les dije que había sido cómplice del movimiento contra McGovern –candidato demócrata que estaba a favor de legalización de las drogas y del que Thompson cubrió su campaña durante su carrera a las presidenciales de 1972- y que era un cabrón de mierda. No sabía que era el rector de la universidad. Me echaron a patadas, mientras lanzaba el vaso de whisky por el aire”, dice.

La excesiva ingesta de drogas y alcohol fueron perjudiciales para Thompson, pese a que nunca las demonizó. “Pasé más de dos años trabajando bajo los efectos de las drogas y fue muy interesante para abordar mis artículos. El ácido, diría, es el más difícil de recordar”, afirma. Durante los 90, le costaba inspirarse, pese a tener ofertas para escribir y se fue desquiciando, apartándose de la sociedad. A su amigo Johnny Depp –uno sus más cercanos junto a Sean Penn, Jack Nicholson y Bill Murray- le contó que planificaba su muerte. En una carta fechada el 16 de febrero de 2005 y titulada “La temporada de fútbol ha acabado”, le escribió a su esposa Anita: “no más juegos. No más bombas. No más paseos. No más diversión. No más nadar. 67 años. Han pasado 17 de los 50. Son 17 años más de los que yo quería o necesitaba. Aburrido. Estoy siempre insoportable. No soy divertido para nadie. Te estás volviendo codicioso. Compórtate de acuerdo con tu avanzada edad. Relájate, no te va a doler”. Cuatro días después se disparó. Consciente que su escritura, que capturaba la pesadilla estadounidense, era un mito periodístico.

El libro fue reeditado por la editorial Sexto Piso.