G. G. Allin

La locura desatada de G.G. Allin

Tenía una misión, volver al origen del rock. Y si para eso era necesario defecar en vivo, golpear al público, cercenar su propia carne y meterse todas las drogas y el alcohol posible, el músico estaba dispuesto. Esta es su demencial historia.


J Mascis de Dinosaur Jr fue testigo, integró una de sus bandas. “Él era agradable hasta que subía al escenario. Entonces cambiaba. Tomaba un montón de drogas y laxante. Era muy desagradable. Se enterraba el micrófono en el culo, se cortaba a sí mismo. Estaba cubierto de sangre y mierda en cosa de minutos. Lo echaban después de cuatro canciones”. Otra presentación fue definida así por un reporte policial del 26 de agosto de 1991. “En Milwaukee un cantante de rock que defecó en el escenario y lanzó las heces al público, fue declarado culpable de conducta desordenada luego de que el jurado rechazara el argumento de que ejercía la libertad artística”.

La duda persiste con Kevin Michael Allin, G.G. Allin para la historia, muerto el 28 de junio de 1993 a los 36 años por sobredosis de heroína y alcohol. O es uno de los artistas más extremos y comprometidos de todos los tiempos, o simplemente un desequilibrado con una propuesta muy literal para transgredir y choquear. Concebía un plan: devolver al rock a su estado salvaje, primitivo, antes de convertirse en un negocio.

“Quiero que toda mi gente mate a alguien en mi nombre, antes de que me suicide el 31 de octubre de 1990”. G.G. no pudo cumplir su promesa porque estaba preso como tantas veces. Consideraba que si no teníamos ninguna opción sobre nacer, al menos debiéramos elegir cuándo morir. “Me voy a hacer más poderoso en la siguiente vida. Si me suicido no detengo mi misión, sino que sigue y sigue. La gente es muy estúpida y yo no quiero ser parte de su puto mundo aburrido”.

Allin creía en la libertad absoluta, radical. Nada, pero nada de control. En sus canciones invitaba a matar a la policía y no creía en la justicia. “Cualquier cosa que yo haga en escena no importa, porque hago lo que quiero, no lo que quieras ver. Hay una gran diferencia. Puedes venir a mi show y quedar desilusionado y me importa una mierda, porque hago cuanto quiero, no lo que tú quieres”.

Los videos están en internet y hay categorías. Busquen las mejores peleas de G.G. Allin. Imágenes de tugurios con tarimas minúsculas, la gente alejada pero ansiosa, punk rockers, metaleros, ese culto que con el tiempo crecía. La banda solía ser una porquería como un motor atascado. G.G. se lanzaba a buscar camorra. Algunos le respondían, otros se ensañaban o entre medio de las escaramuzas le pasaban todo tipo de drogas que tragaba de inmediato. Pero eso no es nada con algunos de sus mayores clásicos en directo, la parte en que Allin empieza a golpearse con el micrófono en la cabeza, a cortarse con vidrios o mordisquearse los bíceps hasta desgarrar la piel. Con la cara ya destrozada y siempre vociferante, G.G. defecaba para luego zambullirse en la mierda y correr hacia el público.

“Con G.G. Allin es difícil separar el punk rock de la representación artística”, dice el historiador musical Alan Cross. “Este tipo era realmente intenso, muy, muy enfurecido”. J Mascis recuerda que en una de sus canciones en vivo, “I’m gonna rape you” –“Te voy a violar”-, Allin amenazaba con hacerlo a una chica de la audiencia. “El hecho es que no tenía necesidad porque estaban felices de entregarse a él”. Hay reportes de mujeres que en medio de este caos de fluidos corporales y violencia con banda de rock en vivo, le practicaban sexo oral.

Su padre Colby Allin, un cristiano fanático, lo bautizó Jesus Christ. Entonces el hermano, Merle, más tarde miembro de su banda, no podía decir “Jesus” y le llamaba “Je-Je”, naciendo el apodo. El viejo imaginaba con haber tenido visiones sobre el chico, vivían miserablemente, amenazaba con suicidarse y hasta cavó tumbas en el sótano de la casa para enterrar a la familia. Con el tiempo su madre Arletha se divorciaría, no sin antes rebautizar a su hijo como Kevin Michael.

Muérdemelo, escoria

Con G.G. la música es un accesorio, un hardcore punk de baja estofa. Obsesionado con Hank Williams, leyenda maldita del country que también se excedía con todo, hizo un par de álbumes del género y otros discos casi anecdóticos con canciones como “Exponerse a los niños”, “Muérdemelo, escoria”, “Gitano hijo de puta” y “Chúpame el culo y huele”, todos clásicos para sus fans. Según su productor Mykel Board, Allin siempre iba en dirección a “ser más extremo que la última vez”.

El comienzo de sus días finales se desata tras ir a la cárcel acusado de violación y tortura de una mujer. Estando en prisión fue visitado por el líder de Nirvana, Kurt Cobain, y el baterista de The Flaming Lips, Nathan Roberts. Allin se dedicó a maldecirlos. Para sus cercanos, ese periodo de 18 meses tras las rejas provocó un click irreversible. “Toda su actitud cambió cuando salió”, dice su hermano Merle. En el recuerdo de Mykel Board, “cuando salió estaba grandote, era un tipo rudo. Hubo otro giro en la música. Las letras se hicieron extremas y los temas dejaron de importar”. Se volvió aún más agresivo con la audiencia recibiendo palizas de vuelta.

Su show final fue en una gasolinera en Nueva York. Solo hubo una canción, alcohol y mucha coca. Luego comenzó la violencia, la sangre, la mierda. Les cortaron la luz y G.G. salió a la calle completamente desnudo y cubierto de heces. El público le siguió, hubo intentonas vandálicas, pero el espectáculo continuaba a cargo de G.G., abrazado por fans y dando vueltas de carnero en la calle. Se fue al departamento de un amigo en Manhattan, siguió bebiendo y consumiendo heroína por un par de horas. Se recostó en el piso con un casco nazi cerveza en mano y comenzó a roncar. Sus amigos se sacaron fotos con él. Ya estaba muerto.

Aunque apestaba como siempre, su hermano no permitió que lavaran el cuerpo. Fue enterrado con una botella de Jim Bean. Los fans solían orinar y defecar en su tumba. Esos gestos de admiración no duraron mucho: terminaron quitándola.