Mejores discos 2020

Los mejores discos del 2020

Dentro de esta nefasta cuarentena que nos ha tenido recluidos casi todo el año, la música ha sido una compañía perfecta. Las novedades más destacadas tienen síntomas reconocibles: buscan reivindicación social y de raza, varias son firmadas por mujeres y ningún género prevalece por sobre otro.


10.- Julia de Castro: «La Historiadora«

El debut de la solista hispana es un disco transgresor y profundamente fresco, que une folclor, flamenco, cumbias y rancheras con una voz fuerte y poderosa que genera una sensación de autoridad y autosuficiencia femenina.

“La Historiadora” es un disco para bailar y reflexionar. “Ríndete” es una canción que une el estilo festivo de Instituto Mexicano del Sonido con el tema “No sopor…no sopor” de “Yo, Mi, Me, Contigo” (1996) de Sabina; “Santa Frívola” -con dos integrantes de Calexico- es un folclor fronterizo que reivindica el valor de las prostitutas, “Mis Amigas” es una dolida y hermosa ranchera sobre la amistad femenina, “Arde Madrid” es un flamenco profundamente español que recuerda un amor perdido, “La Alemana” es una canción electrónica que habla sobre una lujuriosa relación lésbica y cierra con “Hasta que te Conocí”, un cover del clásico de Juan Gabriel, en plan tan melancólico como taciturno.

El mérito de Julia de Castro es brindar un álbum moderno –producido por Camilo Lara, líder de Instituto Mexicano del Sonido-, sin trancas, de predisposición festiva y pionero en la autonomía femenina. Canciones, en definitiva, que ya se quisieran colegas como Julieta Venegas o Francisca Valenzuela. Gran disco.

9.- Gorillaz: «Song Machine«

Cuando en treinta años más estén disponibles unas cuantas biografías sobre Damon Albarn, los libros deberán reconocer los esfuerzos –y gustos- que se ha dado el líder de Blur por incluir en sus álbumes a una buena parte de los músicos más trascendentes de su generación, de las anteriores y los emergentes.

Con un tema estrenado cada cinco semanas desde comienzos de este año, “Song Machine” es un disco que, como “Plastic Beach” (2010) o “Humanz” (2017), se nutre solo de colaboraciones externas que pasan por el filtro de Albarn. Sorprendentemente coherente –pese a los contrastes artísticos de cada uno de sus invitados-, las 17 canciones impresionan desde el comienzo por una lista de nombres que, aunque disímiles, funcionan porque alimentan recuerdos de capítulos clásicos de la historia de la música. Si en anteriores trabajos Gorillaz sumó a estrellas como Ike Turner, Lou Reed, De la Soul o Mark E. Smith, entre otros, en “Song Machine” participan figuras sorprendentes. El arranque con Robert Smith, el vocalista de The Cure –un músico poco aficionado a mezclarse con otros colegas-, en “Strange timez” es un tema house que lo aleja de su tradicional melancolía congénita y lo instala en una pista de baile. Elton John, en tanto, que canta junto al rapero 6CLACK en “The pink phantom” luce cuatro minutos de exotismo artístico que se mueven entre la reflexión y un incipiente trap.

La música del líder de Blur suena postmoderna, precisa y con la ambición propia de un artista que continúa dándose un gran lujo: hacer canciones con músicos que admira y respeta.

8.- Shabaka and the Ancestors: «We are sent here by history«

Desde hace unos cinco años, Londres es el epicentro de la renovación musical del jazz mundial y el saxofonista Shabaka Hutchings, uno de sus referentes. Al timón de tres bandas –los aclamados The Comet is Coming, Sons of Kemet y Shabaka…-, el artista ha sabido combinar canciones que, según sus propias palabras busca respetar “la historia de la música”. Viajando constantemente a nutrirse artísticamente a Sudáfrica, un país con una escena local jazzera profundamente rica y diversa, Shabaka encontró a varios músicos que se embarcaron junto a él en canciones que se refugian en la placidez, en un sonido más soul y aterciopelado que, por ejemplo, The Comet is Coming, donde los sintetizadores y los ritmos fracturados marcan un protagonismo más punk e inmediatista.

En “We are sent here by history” hay erudición. La herencia africana –que recuerda también al celebrado jazz etíope de los 60- es explícita en la candidez contemplativa de “Go my heart, go to heaven” y en la tribal y bailable “We will work” –que habla sobre el nuevo rol de la masculinidad-. Hutchings aspira a unir el futuro en su música y en sus letras, casi siempre alertando del momento apocalíptico que vivimos como especie y que venera la energía y clasicismo del jazz neoyorkino en temas como “Behold, the deceiver” y “The coming of strange ones”. Hay algo de chamán en la música de Shabaka and the Ancestors. Y también una búsqueda permanente a alejar el jazz de las élites y ponerlo a disposición de las mayorías.

7.- Bob Dylan: «Rough and rowdy ways«

En su disco número 39, el músico estadounidense repasa su vida y la de su país con canciones introspectivas, entre el blues de sus héroes y las baladas minimalistas, y que suenan como la despedida de un hombre que desconfía en el futuro de la humanidad.

Con un premio Nobel de Literatura a cuestas -que ni siquiera fue a recibir- y sus primeras composiciones nuevas desde “Tempest” (2012), “Rough and Rowdy Ways” es un disco que linkea en su introspección e intimidad con “You want it Darker” (2016) de Leonard Cohen. Un álbum que suena a despedida y corolario de una trayectoria brillante y que, por sobre todo, ha manejado desde la independencia, con sus pulsiones personales empujando sus decisiones artísticas.

Dylan, tal como lo hace Spike Lee en su cine con su radiografía sobre los afroamericanos, es un personaje ilustrado, riguroso, con capacidad arqueológica para rastrear a bluseros olvidados, pero trascendentes en su formación como Jimmy Reed en “Goodbye Jimy Reed”; repasa su vida con  melancolía en “I contains multitudes” donde bajo una guitarra tenue y contemplativa reconoce que “voy justo donde todas las cosas perdidas se arreglan de nuevo” y las enlaza con conexiones populares con “soy como Ana Frank/soy como Indiana Jones/y los chicos malos británicos/ Los Rolling Stones”.

En más de una hora de experiencia litúrgica, el estadounidense expone sobre su existencia con inteligencia y escritura de primer nivel, propia de un tipo que en el ocaso de su vida es capaz de seguir sorprendiendo, emocionando y, también, mirando con sabia sospecha la autodestrucción humana.

6.- Kelly Lee Owens: «Inner Song«

Kelly Lee Owens tenía proyectado publicar su segundo disco, “Inner song”, en abril pasado. Pero vino la pandemia y el libreto se tuvo que rehacer. Se cerraron las disquerías y la solista optó por esperar hasta agosto, mes en que reabrían las tiendas.

A diferencia de su debut homónimo, “Inner song” es un pop electrónico más imaginativo y menos bailable, más étereo y menos energético. Los bombazos para la pista de baile, eso sí, no fallan. “Night” es una pieza electrónica distinguida, envuelta en una sicodelia futurista y “Melt!” es una canción de club que remite a los sonidos sintéticos de la Alemania de comienzos de los 70.

Hay progresión y mayor identidad en las nuevas canciones de Lee Owens. Es una mujer en ascenso y con renovada autoestima. Está cantando más y enlazando mejor su voz con las máquinas. Hija de su tiempo, homenajea a su abuela en una de las canciones con mejor vibra –“Jeanette”-, experimenta con su creación más pop en el dulcísimo “L.I.N.E.” –que habla de la soledad en la sociedad actual-, se da un gusto tocando con John Cale en el perturbador y mántrico “Corner of my sky” y desestructura –y rinde tributo- a Radiohead en el desfigurado cover de “Arpeggi”. Con apenas dos discos, la galesa es el pop del futuro y una de las grandes confirmaciones en los ritmos digitales.

5.- Fontaines DC: «A hero’s death«

El segundo de los discos de estos irlandeses de buenas a primeras parece bajar un cambio con respecto a la sacudida de hombros que significó su debut de 2019: «Dogrel». Lo que hay en «A hero’s death» es una mezcla de canciones decididas y severas, con la banda deslizándose por carriles menos vertiginosos por momentos, y que sin embargo pulsan desde un lugar un poco más profundo, ubicado en la trastienda de sus jóvenes corazones de clase obrera.

«A don’t belong» comienza y se entiende su lugar en el listado, ya que marca el ritmo y la atmósfera. Es como algo inminente que se nos viene encima y que el vocalista, Grian Chatten, canta como si estuviera escondido en el oscuro y húmedo pasillo de una fábrica abandonada. La furia la ponen «A lucid dream» y «Televised Mind», con una letra que deja de manifiesto la omnipresencia de una cultura zombie narcotizada por la tecnología corporativa. Sobre las complejidades de esta segunda apuesta rockera, Chatten la definió como «un esfuerzo por equilibrar la sinceridad y la falta de sinceridad, pero en términos más generales, se trata de la batalla entre la felicidad y la depresión, y los problemas de confianza que pueden formarse vinculados a ambos sentimientos». Para escuchar a todo volumen.

4.- Róisín Murphy: «Róisín Machine«

Dice la ex Moloko que todo lo bello tiene ritmo y humor. Y su vida, desde que se independizó de su familia a los 14 años porque no quiso volver a Irlanda, ha tenido esas dos virtudes. Con la excentricidad como sello distintivo de su carrera y siempre apostando más por su talento que las fórmulas comerciales, Róisin Murphy se une en este disco con Richard Barratt, productor y autor del primer hit del house británico –“Hustle to the music”- y concentran una disco music compacta, bailable e imaginativa.

“Róisín Machine” es la expresión de la independencia y la libertad y, también, un álbum más expansivo y menos estrafalario en su estructura que su obra anterior. Acá, Murphy de inmediato hace buenas migas con la música disco. Abre con “Simulation”, una canción de ese estilo en que apenas entona palabras y que crece en intensidad en ocho minutos irresistibles, de fiesta permanente tal como el cierre con “Jealousy”, de inicio demencial y progresión de funk setentero. “Shellfish Mademoiselle” y “Kingdom of ends”, en tanto, poseen sensibilidad pop y un pulso que ya se quisiera Madonna y el suave funk de “Murphy’s law” recuerda al Quincy Jones de “Thriller” (1982).

Róisín Murphy es el típico caso de la artista cuyo talento no ha sido reconocido por las grandes mayorías. Da lo mismo. Desde sus días al micrófono de Moloko hasta ahora, su obra es consistente y creativa en unas canciones que todavía no alcanzan su techo.

3.- Crack Cloud: «Pain Olympics«

Si sus dos primeros EPs , “Crack Cloud” y “Anchoring Point”, reunidos en un álbum homónimo (2018) tuvieron un sello post punk que mezclaba voces cósmicas con ritmos hip hop y de buen gusto –que hizo que un ejecutivo británico viajara a Canadá para firmarlos-, su disco debut, “Pain Olympics”, es un trabajo libre, engrasado y coherente que se balancea entre una alegría histérica y una locura apenas disfrazada.

“Post Truth”, su primer tema, arranca con un post punk heredero de Gang of Four, tiene un intermedio celestial como si la música estuviera flotando en una nube y finaliza con la épica que hizo populares a sus compatriotas Arcade Fire. Siempre inquietantes y alérgicos a los sonidos uniformes, Crack Cloud se multiplica en distintos géneros. En “The Next Fix”, reflexionan sobre las adicciones –“la vida es significativa/solo cuando estamos drogados”- bajo un post punk desenfadado y extravagante y entonan un hip hop oscuro y penetrante en “Favour your Fortune”, mientras que en “Ouster Stew” sintetizan a Devo y Talking Heads como si volviéramos a comienzos de los 80 para instalar un punk epiléptico y visceral en “Tunnel Vision” y cerrar con unas guitarras de post rock en la contemplativa “Angel Dust”, que remite a unos Bauhaus somnolientos y desesperanzados diciendo que “el juego de la vida/es una miseria”.

“Pain olympics” es música inspirada, en permanente evolución y creatividad y que suena libre, vital y extravagante. Como la juventud.

2.- Sault: «Untitled (Black is)«

El 19 de junio es una fecha simbólica para la población negra. Ese día se celebra la abolición de la esclavitud en Estados Unidos. Fue esa misma jornada que el grupo más misterioso e interesante aparecido hace un año y medio publicó sin previo aviso su tercer disco –editaron sorpresivamente, además, su cuarto álbum tres meses después-. Una obra sin título, con una portada negra y un puño en alto, en sintonía con las protestas que arreciaban por el mundo tras el asesinato de la policía estadounidense a George Floyd. 

Hasta el lanzamiento de “Untitled (Black is) poco se sabía de Sault. El álbum develó el misterio: detrás de esa música orgullosamente negra, combativa en sus líricas y conmovedora en su reivindicación social, estaba el productor Inflo -el mismo a cargo del excelente “Drop 6” (2020) de la hip hopera Little Simz-, la cantante Cleo Sol y la rapera afincada en Chicago, Kid Sister.

La música del grupo planea en toda la mejor tradición negra y su lírica está bañada de mensajes extraídos de este caótico presente. “Don’t shoot guns down” es un alegato tribal en contra de los asesinatos a la población de color; “Pray up, stay up” es un gospel elegante que remite a los primeros trabajos de Bill Whiters, mientras que “Bow” –junto a la estrella soul Michael Kiwanuka- es folclor africano de nivel superior. Pero el tema que despunta dentro de un disco que no cuenta con puntos bajos es “Wildfires”, un himno soul emparentado al movimiento Black Lives Matter y a la muerte de Floyd que, en sus estrofas, dice “vidas blancas/difundiendo mentiras/deberías avergonzarte/el derramamiento de sangre en tus manos/otro hombre/quítate la placa/todos sabemos que fue asesinato”. Sault exige revolución y justicia. Y lo hace a su manera: con cojones, directo a la cara y con esa rebeldía sonora que recopila lo mejor de la música negra de los últimos 50 años.

1.- Run the Jewels: RTJ4

Mientras el hip hop se mantiene en alto gracias a figuras como Kendrick Lamar, Frank Ocean o Tyler, the Creator, que concentran una experimentación sonora más contemporánea, Run the Jewels –con ambos integrantes que sobrepasan y se han hecho populares más allá de los 40 años- recupera el fulgor y la turbulencia de clásicos como De La Soul, Wu Tang Clan o Public Enemy. “Run the Jewels 4” es un trabajo excesivo, maximalista, fruto de cuatro años de un proceso de investigación y búsqueda, que mezcla sintetizadores versus sampleos distorsionados con dedicación, paciencia y potencia para mover pies y caderas y abrir intelectualmente el cerebro.

Killer Mike y El-P han hecho una carrera en conjunto fluida, con una química creativa ascendente, que ha mantenido el respeto por el rap más underground –de donde vienen-, pero pulido con injertos sonoros y, sobre todo, proclamas líricas masivas y coherentes que los tienen como uno de los referentes artísticos más sobresalientes de esta época. Con El-P como arquitecto melódico y Killer Mike ajustando cuentas y reflexionando sobre el (oscuro) mundo que les toca vivir, “Run the Jewels 4” posee urgencia en “Ooh la la” –junto a DJ Premier-, radicalidad en “Walking in the snow” que sintoniza con el abuso policial a Floyd –pese a que se escribió en noviembre pasado-, rapea al borde del rock en las excepcionales “Never look back” y “The ground below” y es robótica y adhesiva en “Goonies vs et”, donde llaman a despabilarse de una existencia que no tiene “una revolución televisada y digitalizada/has sido hipnotizado por estúpidos”.

El-P ha reconocido que el éxito de este disco se debe a la posibilidad de pagar por mejores sampleos -ojo con “Smooth” de Gang Starr en “Out of sight” y “Misdemeamor” de Foster Sylvers en “Ooh la la”-, pero la gran virtud es su capacidad para sintonizar con las miserias que se viven en su país y su llamado para organizarse, crear estrategias y movilizarse para cambiar el mundo. Lo que, en definitiva, se espera de una obra artística. Y “Run the Jewels 4” es una mayor. La más grande del año.


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