Charles Bukowski

Borracho y en vivo: Bukowski antes de la era Zoom

En tiempos en que las aplicaciones para reuniones virtuales nos han regalado salidas de madre, conciertos desde el living y uno que otro toque con sustancias ilícitas, vale la pena recordar una de verdad, cuando el autor de «Hijo de satanás» hizo de las suyas en la televisión francesa.

por Rodrigo Morales //


Corría el año 1979 cuando Charles Bukowski fue invitado al programa francés Apostrophes, referente cultural de la televisión gala. Lo habían llevado por ser un escritor marginal, tema central de la conversación en el capitulo de ese día.

Para empezar, Bukowski pidió a los productores del programa dos botellas de vino blanco que se bebió antes y durante del programa. Los telespectadores franceses veían como el escritor se acomodaba el auricular y trataba dificultosamente de entender la interpretación simultánea, mientras escuchaba la presentación que hacía de su persona el conductor Bernard Pivot.

Unos tragos más tarde y absolutamente borracho, el autor de «Factotum», seguía respondiendo las preguntas que le lanzaba Pivot, hasta que el conductor de Apostrophes dejó de intentar encadenar una conversación fluida, y pasó a entrevistar a los otros invitados al programa. El problema fue que Charles se empezó a aburrir ya que no entendía nada de lo que decían, por lo que se puso a interrumpir a los otros invitados. Casi al final del programa, un tambaleante Bukowski se arranca el auricular del oído y se va del programa ayudado por la gente en el estudio, dejando para el recuerdo uno de los momentos mas míticos de la carrera de Bukowski.

En su libro “Shakespeare nunca lo hizo”, tenemos el testimonio del propio Bukowski acerca de lo que pasó en el programa de Pivot.

«El viernes por la noche tenía que salir en un conocido programa, televisado para todo el país. Era un programa de entrevistas de carácter literario que duraba 90 minutos. Pedí que me proporcionaran dos botellas de un buen vino blanco en la tele. Entre cincuenta y sesenta millones de franceses vieron el programa.

Empecé a beber a primera hora de la tarde. Lo siguiente que recuerdo es que Rodin, Linda Lee y yo estábamos pasando por seguridad. Después me sentaron delante del maquillador. Me aplicó muchos polvos, que fueron inmediatamente vencidos por la grasa y las cicatrices de mi cara. El maquillador suspiró y me echó de allí. Después estuvimos sentados en grupo esperando a que empezara el espectáculo. Descorché una botella y me tomé un trago. No estaba mal. Había tres o cuatro escritores y el moderador. También estaba el loquero que le había dado electroshocks a Artaud. Se suponía que el moderador era famoso en toda Francia, pero a mí no me pareció gran cosa. Me senté a su lado y él golpeó el suelo con el pie impacientemente.
– ¿Qué pasa? -le pregunté-. ¿Estás nervioso?
No contestó. Llené un vaso de vino y se lo puse delante de la cara.
 – Venga, tómate un trago de esto… Te sentará bien…
Me apartó con cierto desdén.

Después estábamos en el aire. Me habían puesto un artilugio en la oreja a través del cual me traducían el francés al inglés. Y yo debía ser traducido al francés. Yo era el invitado de honor, así que el moderador empezó por mí.

Mi primera afirmación fue: ‘Conozco a muchos escritores americanos importantes a los que les gustaría estar en este programa. Para mí no significa gran cosa’…

Tras esto, el moderador salto rápidamente a otro escritor, un viejo liberal que había sido traicionado una y otra vez, pero aún conservaba la fe. Yo no tengo ideas políticas, pero le dije al buen hombre que tenia un bonito careto. Hablaba y hablaba. Siempre lo hacen.

Después empezó a hablar una escritora. Yo estaba bastante borracho y no estoy muy seguro de que escribía, pero creo que era sobre animales, la señora escribía historias de animales. Le dije que si me enseñaba las piernas un poco más podría decirle si era buena escritora o no. No lo hizo. El loquero que le dio los electroshocks a Artaud seguía mirándome asombrado. Alguien mas empezó a hablar. Un escritor francés con un mostacho que tenia forma de manillar de bicicleta. No decía nada, pero no paraba de hablar. Las luces ganaban en brillo, un amarillo bastante viscoso. Empezaba a tener calor bajo los focos. Lo siguiente que recuerdo es que estoy en las calles de París y hay en ese molesto y continúo rugido y luz por todas partes. Hay cien mil motoristas en las calles. Exijo ver a unas bailarinas de cancán, pero me llevan de vuelta al hotel con la promesa de más vino.

A la mañana siguiente me despertó el ruido del teléfono. Era el crítico de Le Monde.
– Estuviste genial, cabrón -me dijo-, los demás ni siquiera sabían masturbarse…
– ¿Qué hice? -pregunté.
– ¿No te acuerdas?
– No.
– Bueno, deja que te lo explique, no hay ni un periódico que escriba contra ti. Ya era hora de que en la televisión francesa se viera algo sincero.

Cuando el crítico colgó, me volví hacia Linda Lee.
– ¿Qué paso, nena? ¿Qué hice?
-Bueno, le manoseaste la pierna a aquella señora. Después empezaste a beber a morro. Dijiste unas cuantas cosas. Eran bastante buenas, sobre todo al principio. Después el tío que dirigía el programa no te dejo hablar. Te tapo la boca con la mano y dijo: ¡Cállese! ¡Cállese!
– ¿Hizo eso?
-Rodin estaba sentado junto a mí. No paraba de decirme ¡Hazle callar! ¡Hazle callar! Simplemente no te conoce. De todas formas, al final te arrancaste el auricular, tomaste el ultimo trago de vino y te largaste del programa.
-Solo un borracho palurdo.
-Después, cuando llegaste a seguridad, agarraste a uno de los guardias por el cuello de la camisa. Entonces sacaste la navaja y les amenazaste a todos. No estaban muy seguros de si bromeabas o no. Pero al final te cogieron y te echaron».

Ch. B. 1979