Los ángeles negros

Germaín de la Fuente: «Algunas radios no nos tocaban por cebolleros»

A raíz de la muerte de Mario Gutiérrez, guitarrista de Los Angeles Negros, una de las bandas más originales y trascendentes de Chile, recordamos una entrevista de 2010 al vocalista del grupo hablando de la discriminación a su música en sus inicios, el sorprendente éxito en Latinoamérica y los sampleos de Beastie Boys y Jay Z a sus canciones.


Germaín de la Fuente llega tarde y dando explicaciones. La noche anterior durmió poco, pero se acostó feliz. Una plaza de su natal San Carlos fue bautizada como Los Angeles Negros en honor a su banda y él fue el invitado central de la inauguración. No hace alardes de su condición de héroe de la música local ni menos de haber gestado uno de los sonidos más originales made in Chile -al formar un matrimonio entre el sonido rockero y las melodías románticas-, aunque luce una convicción inusual. «Siempre me creí el cuento, creía que les ganaba a todos», cuenta.

La música era parte de su ADN. En su casa no había radio, pero su madre tocaba la guitarra y su padre tenía una quinta de recreo en el pueblo. Desde pequeño, Germaín convivía con la bohemia. Iba al local de su papá y se quedaba horas escuchando a los viejos músicos y a la gente que le sacaba brillo a la pista. Empezó a cantar en su casa, en el colegio y en matrimonios. Y se convenció de su destino. «Una vez, un borracho dejó empeñado su acordeón en el local y, al día siguiente, me encontré con la caja del acordeón cerrada. La abrí, me la colgué y, en pocos días, me convertí en el acordeonista del local. Tenía 14 años y supe que me dedicaría a la música», sostiene.

El incipiente músico se fue puliendo y creciendo en los shows dominicales que se saturaban de huasos y empleadas domésticas del sector desde el mediodía y hasta el anochecer. Cuando tomó el micrófono, no lo soltó más. Las adolescentes lo iban a ver y tenía seguidoras. Era 1968 y su popularidad llegó a oídos del guitarrista Mario Gutiérrez y el bajista Sergio Rojas, quienes estaban a la búsqueda de un cantante para presentarse en un concurso de bandas en Chillán que tenía un suculento premio: grabar un single. Tras unos ensayos, hubo un primer desencuentro. El vocalista era fan de las melodías románticas de Antonio Prieto, Lucho Gatica y Leo Marini versus el resto de sus compañeros que querían hacer temas basados en Los Beatles. El gallito se inclinó a favor del cantante, por lejos, el músico más dotado.

Diez días antes del concurso, hubo otra trascendente decisión: bautizar a la banda. Todos pensaban que lo mejor era ponerse un nombre en inglés como los de la Nueva Ola. Hasta que Sergio Rojas dio con el indicado: Los Angeles Negros. «Ensayábamos en la casa de mi mamá y, ese día, Sergio Rojas dice ‘pongámonos Los Angeles Negros. Total, hay un grupo que se llama Los Diablos Azules’. A nadie le gustó el nombre, pero mi mamá que estaba en otra pieza lo escuchó y gritó ‘ese nombre está bonito’. Nadie quiso discutir con la señora y nos pusimos así», recuerda.

El grupo triunfó, registraron el tema y se fueron a Santiago. Pero esas canciones que le ponían fuego al romanticismo estaban en desuso en el paladar masivo. A fines de los ’60, la música tenía conciencia y cerebro. Violeta Parra era la hada madrina de bandas y solistas comprometidos políticamente y el folclor, el ritmo dominante, evolucionaba a la par de la sociedad. En ese escenario, Los Angeles Negros no tenían nada que hacer y tuvieron que volver a San Carlos. «Violeta Parra no me gustaba, aunque en San Carlos se oía mucho. Me gustaban los crooners. En Santiago nos fue muy mal y tuvimos que volver. Me acuerdo que un promotor de la EMI nos llevó por todas las radios, caminábamos todo el día y sufrimos discriminación. Algunas no nos tocaban por cebolleros», dice.

Sin embargo, en provincias lentamente comenzaban a ser un hit. Esa repercusión subterránea logró el milagro: los citan en Santiago para que completen un disco y, paralelamente, suenan en Ecuador y Colombia. Ahí parte el despegue. A comienzos de 1970, lanzan el álbum, «Y Volveré», que incluye clásicos como «El Rey y Yo» y «Murió la Flor», entre otros, y se genera la idolatría. Sus discos se venden bien, les ofrecen giras por el continente y grupos como Los Golpes y Los Galos surgen como sus imitadores. «Fuimos a Ecuador a hacer diez shows. Ibamos en una micro en medio de caminos horribles. Tocábamos en teatros como intermedio de películas. Eran días de harto sacrificio, pero nos daba lo mismo y éramos jóvenes. Además, grandes como Gardel o Lucho Gatica también habían pasado por lo mismo para hacerse conocidos», indica.

-¿Es cierto que usted tenía un ego gigantesco?

-No. Era tímido, me cohibía. No sabía desenvolverme con los grandes auditorios. Lo que pasa es que era la cara del grupo, salía más en los diarios y las revistas y eso molestaba y molesta. Para evitar esos problemas siempre salía atrás en las fotos promocionales. No me gustaba el conflicto, aunque lo que es cierto es que soy llevado a mis ideas. Estaba en todas y las hacía todas.

-¿Cómo llegan a instalarse en México?

-Cuando pasó el Golpe de Estado en Chile, nosotros habíamos recorrido el país y éramos conocidos en el extranjero. Como acá se suspendieron todas las libertades, quisimos irnos y no regresar. Nos fuimos a Centroamérica de gira con la intención de quedarnos allá, pero llegamos a nuestra segunda gira por México y como tuvimos tantos shows, nos quedamos. Aunque nos pusieron muchos problemas. Tanto sindicales como de migración.

-Allá se convirtieron en ídolos. ¿Qué les llamaba la atención?

-Era impresionante lo que producíamos en la gente. Personalmente, codearme con músicos que admiraba como José José o Los Panchos. Hacíamos asados y ellos nos daban consejos. También recuerdo la primera vez que vi a Lucho Gatica, otro ídolo. Fue en la casa de Miguel Aceves Mejía, otro gran cantante, y estaba Alberto Cortés. Parecía un set de televisión con tantos famosos. Saludé a Lucho Gatica y fue cortés, pero muy frío. Estaba en otra y no me pescó.

Juventud, divino tesoro

 Al igual que Raphael y Sandro, Germaín de la Fuente sabe que uno de los tesoros más preciados de su música es su legado en la juventud. Bandas como Los Tres, Los Tetas, Los Bunkers y Anita Tijoux, entre otros, han hecho versiones de sus temas y han generado una amistad. El cantante afirma que tiene periódicos contactos con Tea Time y Tata Bigorra de Los Tetas y con Mauricio Durán y Alvaro López de Los Bunkers. Aunque admite que no les da consejos. «Es un halago tremendo que estos muchachos me tomen en cuenta y siempre me llama la atención el respeto y la sinceridad con que me tratan. Hablo siempre por teléfono con ellos. ¿Consejos? Ninguno. Ellos son mucho más profesionales que yo. Nosotros teníamos cero glamour y nos subíamos a cantar nada más», explica.

La semilla de su música en el rock también se incubó en grupos importantes. Beastie Boys sampleó su tema «El Rey y Yo» para su álbum «Hello, Nasty» (1998) y Jay Z, el hip hopero más popular de EE.UU. y esposo de Beyoncé, ocupó «Tú y tu Mirar…Yo y mi Canción» para el disco, «The Black Album». «No tengo idea como llegaron a escucharnos y ni los conocía. La canción para Jay Z era mía y es una de las menos conocidas del grupo. Ese disco vendió un millón de copias y, por esa vía, me llegaron varios cheques que me sacaron de apuros».

-¿Le gustan los baladistas actuales?

-Me gusta Natalino. Sus canciones no son de otro mundo, pero el tipo es diferente. Pero el número uno es Juan Antonio Labra. Ese es mejor que yo. La primera vez que lo vi, en los ’80, quedé impresionado al verlo cantar y su energía. No me extrañaba que lo compararan con Michael Jackson. En México se hubiese hecho rico.

-¿Qué fue lo mejor de ser integrante de una banda tan popular como Los Angeles Negros?

-La vida del artista te da muchas oportunidades. A veces, estás con mujeres de las que no supiste nunca más en tu vida. Te invitan a lugares que jamás imaginaste y estás rodeado de tentaciones que debes saber manejarlas. Todo eso lo viví y lo disfruté. Y haría lo mismo. Soy un agradecido de la vida.