Gorillaz

Gorillaz: «Song Machine»

En su séptimo (y gran) disco, el proyecto virtual liderado por Damon Albarn suma colaboraciones con estrellas extraordinarias –Robert Smith, Elton John, Peter Hook- y exhibe coherencia y solidez artística en canciones que suenan como una coctelera de música postmoderna y adictiva.


Cuando en treinta años más estén disponibles unas cuantas biografías sobre Damon Albarn, los libros deberán reconocer los esfuerzos –y gustos- que se ha dado el líder de Blur por incluir en sus álbumes a una buena parte de los músicos más trascendentes de su generación, de las anteriores y los emergentes.

Si hace dos décadas Gorillaz sorprendió al debutar mezclando hip hop, funk y música cubana con integrantes virtuales –granjeándose el aprecio de muchos preadolescentes-, parecía un proyecto de Albarn destinado a no vivir de la nostalgia de Blur y con fecha de caducidad determinada. Pero el británico, inquieto y aventurero como el líder de Faith No More, Mike Patton, no solo abrió las ventanas para que su música se contaminara con diversos géneros, sino que fue sumando colaboradores ocasionales en obras posteriores en una lógica que, años después, la industria discográfica adoptó como propia para rentabilizar a sus figuras.

Con un tema estrenado cada cinco semanas desde comienzos de este año, “Song Machine” es un disco que, como “Plastic Beach” (2010) o “Humanz” (2017), se nutre solo de colaboraciones externas que pasan por el filtro de Albarn. Sorprendentemente coherente –pese a los contrastes artísticos de cada uno de sus invitados-, las 17 canciones impresionan desde el comienzo por una lista de nombres que, aunque disímiles, funcionan porque alimentan recuerdos de capítulos clásicos de la historia de la música. Si en anteriores trabajos Gorillaz sumó a estrellas como Ike Turner, Lou Reed, De la Soul o Mark E. Smith, entre otros, en “Song Machine” participan figuras sorprendentes. El arranque con Robert Smith, el vocalista de The Cure –un músico poco aficionado a mezclarse con otros colegas-, en “Strange timez” es un tema house que lo aleja de su tradicional melancolía congénita y lo instala en una pista de baile. Elton John, en tanto, que canta junto al rapero 6CLACK en “The pink phantom” luce cuatro minutos de exotismo artístico que se mueven entre la reflexión y un incipiente trap. 

Albarn también da espacio a que algunos músicos invitados capturen su esencia tradicional. “The valley of pagans” es un pop electrónico punzante a cargo de Beck y “Aries” junto a Peter Hook, bajista de los enormes Joy Division y New Order, remite a los sonidos sintéticos clásicos de la última banda, con ese bajo profundo y rítmico que es la impronta del mancuniano. Así también, artistas como St. Vincent suenan desestructuradas en el pop con origen británico de “Chalk Tablet towers” y “Simplicity” junto a Joan as Police Woman parece una de esas baladas cachondas de Devendra Banhart. Junto a ellos, está el energético hip hop de Slowthai, uno de los raperos ingleses más punk del momento, en “Momentary Bliss”; el pop adhesivo junto al africano Fatoumata Diawara y el último tema grabado por el baterista nigeriano Tony Allen –a cargo de la percusión en The Good, the Bad and the Queen- junto a Skepta que oscila entre el rap y el dub. 

El séptimo disco de Gorillaz es una sorpresa y un desafío. No solo por los invitados que desfilan a lo largo del disco, sino por la calidad de una música que, con el sello de garantía de Damon Albarn, suena postmoderna, precisa y con la ambición propia de un artista que continúa dándose un gran lujo: hacer canciones con músicos que admira y respeta.